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La inexorable certeza de que al otro de la valla debe haber algo

domingo, 11 de marzo de 2012

Now the drugs don´t work



Se sentó enfrente de mi, cogió mi mano entre las suyas. Me miraba directamente a los ojos. Casi nunca lo hacía.
Era inexplicablemente tímido, incluso conmigo, a pesar de la confianza.
Sólo clavaba los ojos, no atravesándome, sino en mi. Como si hubiese encontrado una veta, un anclaje, un punto fijo.
Despacio, con cariño fue soltándome la mano.
Muy despacio.
Alargó su mano hacia la mesita y recogió un cuchillo plateado y estrecho. Lo colocó sobre su regazo.
Empezó a quitarse la camiseta, sin levantarse de la silla, sin dejar de mirarme.
Se le dibujaban las costillas bajo la piel.
Sonreía
Acomodó el cuchillo entres sus manos y lo introdujo en su pecho, firme y continuadamente, sin variar ni por un instante el gesto.
No podía apartar los ojos.
Trazó un cuadrado en su piel, profundo, hasta rozar hueso. Al terminar, dejó descansar el cuchillo, teñido, sobre la mesita y retiró con delicadeza el cuadrado que había dibujado sobre su piel.
Dejó a la vista la mayor parte del costillar izquierdo.
No podía dejar de mirar.
Se acomodó en el sillón y esperó.
¿Pero a qué?
Y entonces lo entendí.
Viendo el arrítmico latir de su corazón lo entendí. Estaba justo ahí, más claro que un millón de palabras arrojadas al oído.


Sólo aquel latir de sus palabras, una lágrima en mi mejilla y su sonrisa, eterna, al fin.



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