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La inexorable certeza de que al otro de la valla debe haber algo

miércoles, 22 de febrero de 2012

Esos 46.8 minutos





Ocurrió en uno de esos momentos (a)significativos con que la rutina puebla los instantes del entretiempo.

En uno de esos entretiempos, que sólo algunas personas aprovechamos, me di cuenta de una verdad insondable.

Esperaba el metro, en la misma parada de todos los días desde hace casi un mes, miraba las vías, las vallas publicitarias, el cartel que marca el tiempo hasta el siguiente tren, cambiaba de canción en el reproductor, y justo, mientras sonaban los Creedence, lo tuve claro.

Tenía que comprobarlo, una última vez, la "de verdad", la que vale, la que podía convertir aquel "entretiempo" en un destello de genio, en la epifanía de una clave importantísima o en algo que olvidaría antes de montarme en el metro.

La solución, sencilla: estoy aquí escribiendo.

Se acercó, redujo la marcha, pareció (como siempre) acoplarse lateralmente al andén, miré hacia los lados, calculé las condiciones, el rozamiento, vi a gente caminar acelerando el paso hacia el fondo de la estación, a otros pararse a distintas alturas, en profundidad y longitud.

Me quedé completamente quieto, en ese punto exacto, esa intersección de puntos de fuga, en ese espacio y en ningún otro.

Deceleró con cierta brusquedad hasta mecerse hacia su punto de equilibrio, hasta su deber ser.

Enfrente de mi, simétricamente colocadas, las dos puertas del vagón; a equidistante distancia, milimétricamente calculada, exacta y precisamente: enfrente de mi.

A la distancia de una braza, a un gesto de mi cuerpo, exacto, para que las puertas me invitasen a entrar y encerrarme de nuevo en mi música, en mi libro, en mis "entretiempos", a mis cálculos.

Durante los apenas diez segundos finales de ese "entretiempo" la música no sonaba, o yo no la oía, no había ruidos ni gente en la estación, o yo no los veía, no transcurría el tiempo, o yo no lo sentía.

Sólo yo y aquellas puertas que se paraban justa y exactamente enfrente de mi, de un modo imposiblemente perfecto.

Me monté normalmente en el vagón y decidí no sentarme: "se calcula mejor de pie, pensé"

Estimando que el año tiene 52 semanas, asumiendo que de media hago unos 3 viajes, de ida y vuelta, cada semana, y aproximando a unos 9 segundos de media, los cálculos daban como resultado 2808 (o eso decía la aplicación de mi móvil).

2808 segundos

46.8 minutos

Apenas una hora, si aguantase en esta ciudad 102 días más de un segundo año...

No será mucho, pero tener la capacidad de ajustar el metro para que sus puertas coincidan siempre enfrente de mi a su llegada a la estación, me regala 46.8 minutos de tiempo, gratis, al año.

Sólo queda dedicar algún "entretiempo" de aquellos, que sólo algunos sabemos aprovechar, para pensar a que dedicaré esos 46.8 minutos...

PD: dedicado a Jairo Rodríguez Arias, el mayor apologeta del metro de Madrid que he conocido; un auténtico creyente...

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