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La inexorable certeza de que al otro de la valla debe haber algo

viernes, 10 de agosto de 2012

De lo que (ya) no haré


Muchas cosas me quedaron pendientes en un año del que no me apetece escribir, no aún. Pero hay algunas que me había propuesto como una pequeña despedida, como un adiós, como una claro "que te den" a una ciudad que no me dio mucho (o aún no lo veo así) y me quitó tanto.

Entre esas pequeñas tonterías, fundamentales, hay dos de las que si me apetece hablar; ahora las se imposibles.

Me gustaría haber irrumpido en un vagón, preferiblemente de la linea 6 o de la linea 1 (no me pregunten el por qué, hay que haberlas recorrido para entenderlo) y recitar, con voz profunda, desde las entrañas, ciego de ira, sin ver a nadie, sin escuchar las conversaciones que me ignorasen, aquellas palabras de Miguel Hernandez:

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.

Y sin darles tregua, sin tiempo para respirar, sacar otro libro de la bandolera y jurar a aquellos que me ignorasen que no hay mejor radiografía de esa ciudad

Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera...

Si aún no me hubiesen echado del vagón me iría entre las palabras de Espronceda (esta vez de memoria)

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Istambul:

Navega, velero mío
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.


Cien veces, también, habré imaginado las puertas cerrándose mientras gritase "mi única patria, la mar".


Ya no sucederá.


Tampoco me atreví nunca a acercarme, en un vagón cualquiera, de cercanías, entre Vicálvaro y quizás Atocha, a la altura de pongamos que Vallecas y decirle aquello de "Cuanto tiempo, te acuerdas de mi", sólo por ver que ocurría, por ver si conseguía hacerla sonreir...




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